25 de Noviembre

Me presento ante este abismo.

Hoy vino una mujer a asomarse conmigo. Nos encontramos ahí las dos, reconociéndonos.

Mi camino está hecho de sus mismos pasos. Conozco su terror. Eso esquilmado adentro. Esa presión en la cabeza. Esa locura. Ese dolor que no es de este mundo. Ése miedo. Esa narrativa que salta de lo cotidiano a lo extraterrestre. Estamos juntas, respirando esto. Asomadas. Un viento que viene del fondo de la negrura recorre nuestro límite. Se dibuja mi recuerdo en esta misma habitación, cuando algo en mi murió, literalmente, de miedo. Ese miedo que no era de este mundo. De memoria arcaica. Estuve 3 días muerta.

Está aquí, preguntándose si alguna otra forma de violencia sería más o menos difícil de vivir que ésta que le atraviesa.

Otra vez aquí.

Deseamos que algo de lo que ha pasado tenga lógica para recuperar mínimamente la sensación de control.

¿cómo puedo saber que yo soy segura para mi misma si me metí en este infierno sin darme cuenta? Vivir con esta incertidumbre es terrible. He vivido 5 años en esa pregunta. En cierto nivel dejas de vivir. Es esta violencia, que con alguno de sus tentáculos deja algo inoculado en algún lugar del ser. Que gangrena la vida. Y una ya no es del todo una misma.

Me presento a este abismo y de nuevo un viento profundo recorre mi limite. Es frio y adentro tiemblo. Este temblor ahora no es de miedo, es presencia. Estoy aquí, sintiendo esto, y algo en mi cuerpo tiembla. Peso y respiro.

*

Fue una estrategia de supervivencia postraumática. Algo adentro estaba revolucionado, iba más deprisa de como solía y sin frenos. Ese vértigo se camuflaba en un ambiente protector, seductor y mágico, y se parecía a algo bello. Él estaba aquí, disponible para ayudarme a hacer mi sueño realidad. Perdía la sensación de gravedad, quizás volaba. Cuando no estaba en su presencia volvía a mí. Me preguntaba ¿qué es esto?  Y me decía a mí misma que me sentía adolescente. Ante él, estaba a su voluntad, complaciente y dichosa. El mecanismo implícito en esto se llama adulación. Lo aprendí de niña. Quizás haya sido mi estrategia básica de relación durante toda mi vida.  

…..

Paro aquí un momento.

…..

Durante toda mi vida. Perdida de mi voluntad. Complaciente y dichosa. Prostituyendo mi cariño por algo que se pareciera al amor. Durante toda mi vida. Prostituida para sobrevivir la desolación de la falta de presencia.

Algo sucede adentro. Siento mi peso y mi calor. Y también siento que me disuelvo. Le doy tiempo a esto.

Vuelve esta palabra. Prostituida.

*

Ante una sensación básica de falta de seguridad… ¿puede ser mi voluntad libre?

¿cuánto llevamos prostituido para sobrevivir?

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Abismo otro límite… ¿qué violencia implica esta forma de supervivencia? Algo hace crash en mis adentros.

Y otro… A veces siento su desconcierto y desesperación ante mi presencia. Soy para él un espejo implacable de obsidiana. Le veo en sus intentos por ser reconocido como alguien valioso.

Paro para invitar a esa parte de mí que siente urgencia por maternarle a quedarse conmigo mirando esto. Me siento sintiendo su dolor. Comprendo el mandato de su herida. Doy un paso atrás. Vuelvo a mi silencio.

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Hoy algo sucedió en la coherencia de todos mis cuerpos, desde el fisiológico al extraterrestre. Esa mujer y yo estábamos ahí, y podíamos sentir el miedo sin sentir miedo. Y podíamos saber sin saber qué es lo que ha pasado. Hubo sensación de haber comprendido algo. Nuestros ojos se sonrieron, y por un momento una paz muy viva llenó la habitación y nuestros cuerpos.

Después vuelve la vida cotidiana. Quizás el amanecer con angustia. La sensación de exilio. La perspectiva del camino de regreso, ancho, largo, profundo… Los pasos sombríos. El mantener el tipo desde esta sensación de algo vaciado en la pelvis. La duda de si habrá fuerza suficiente. El miedo a volver a vivir. El seguir caminando aún y con eso.

Sin embargo, en ese momento nos sentí amparadas por un amor que no sólo es de este mundo, y sentí que sentir esto que sentíamos cambiaba algo fundamental en nuestra existencia. Y que eso fue posible porque estábamos juntas. Asomadas.

*

 Nuestra existencia. Que por fin encuentra el abismo en el que poder ser sentida. En ese borde en el que la vida sana la memoria. Ese tiempo y espacio seguro que surgen del acto de dar tiempo y espacio. Esa seguridad implícita en la escucha. Ese milagro de sentir la existencia de otro ser mientras siento mi existencia.

*

Este día, nos asomamos a esta arista de la violencia desde nuestros lenguajes y artes para dar la posibilidad de alquimia a este dolor e impotencia que nos atraviesa. Levantamos los altares de nuestra consciencia para vislumbrar que estamos todas y todos enredad@s en esta tela de araña. La violencia implícita de este sistema, de esta cultura, rezuma en las paredes de nuestra vida cotidiana. La resolución sólo puede darse adentro; del cuerpo y del vínculo.

Pararse a sentir es un acto revolucionario. De respeto radical. De autocudiado. De responsabilidad colectiva.

Quien está libre de pecado, no tira ésa primera piedra.

*

Nos deseo compañer@s de corazón compasivo y resonante con l@s que poder pararse a ser. Nos deseo ser nosotr@s mism@s esa escucha compasiva para nuestros adentros y para los de nuestr@s compañer@s. A donde sea que vamos, llegaremos junt@s.

Presente

Ser presente. Alicia Domínguez. Psicología sensible. heridasyflores

Me he movido impulsada por el motor de la curiosidad. Mi desarrollo personal y mi camino profesional se van trenzando siguiendo el hilo de mis preguntas, ¿cómo estamos hechos?, ¿cómo la experiencia se hace carne?, ¿cúan universal es lo íntimo?, ¿cómo es ser presente?…

Estudié Psicología por intuición, y ahora comprendo que me sirve como punto de encuentro de todos mis caminos. Le estoy muy agradecida a la psicología por esa versatilidad suya, y a las experiencias vitales que han llevado mi mirada más allá de la psicología formal.

Mi mente curiosa me invita a explorar preguntas desde varias perspectivas para conformar miradas caleidoscópicas. Siento verdadero gozo cuando puedo hablar con coherencia desde la neurociencia a la mística. Es mi particular manera de sentir orden dentro de la apariencia azarosa y discontinua de la realidad.  Nada en la existencia está aislado. Desafiar esta creencia en esta cultura me sabe a dulce revolución.

Ha habido algunos campos en los que he disfrutado especialmente investigar. En lo matríztico, en un sentido, en la vida perinatal, especialmente en la embriología y el desarrollo de la consciencia. En otro sentido, en el cuerpo femenino, esencialmente en lo relacionado con el útero. La maternidad y el nacimiento amable. Observar cómo este pasaje de nuestras vidas está atravesado por el trauma cultural y transgeneracional, me impele a la militancia por la recuperación de lo sagrado de este proceso y su potencial evolutivo.

Investigo también en el trauma; en la manera en que se guarda la memoria y que se libera el dolor que guarda esa memoria. En esto es en lo que estoy inmersa y es aquí donde Heridas y Flores encuentra su centro de gravedad. La liberación corpoemocional del trauma es vía indispensable para hacernos presente.

Me resulta urgente un movimiento que nos traiga de vuelta del reino de la disociación. Aquel al que nos vamos sin darnos cuenta cada vez que duele otra vez. Aquel al que nos ha invitado el sistema para mantenernos predecibles y dóciles. Reivindico el hecho de mantenerse presente como estrategia de disidencia. Apuesto por la presencia compasiva como herramienta fundamental para la sanación.

Mi gran desafío y mi gran revolución es recuperar mi cuerpo. Dejar de ser un ser pensante para ser esencialmente sintiente. Presente. Recuperar el cuerpo me suena a movimiento arquetípico, como recuperar la tierra o recuperar la libertad. La soberanía. Es un movimiento emancipatorio de los mecanismos de poder establecidos. Además de ser las puertas del infierno y el cielo. Todos los caminos del dolor y el placer pasan por aquí. La conciencia de ser uno mismo pasa por la sensación sentida del cuerpo. El cuerpo entero, integrado. Que guarda memoria de todo lo vivido, y de todo el desarrollo de la vida en La Tierra. El cuerpo que es la brújula, el mapa y el camino del encuentro con nosotras mismas, y con las otras, en el mundo.

Estamos hechas de sangre. Es el primer olor y la más poderosa impronta en la memoria. Ser de sangre nos hace vulnerables y sabias. Pertenecientes a una memoria. Nos da potencial creativo y nos trae consciencia de la muerte y la vida. Ser de sangre, nos hace humanas y hermanas.

Y aquí me propongo y te invito a llevarle flores a la herida. Dejar que las heridas nos sangren flores y honrar de verdad estar viva. Seguir, con un corazón amable en el que cabe el amor y el dolor del mundo, sembrando belleza a lo ancho del camino.